lunes, 4 de mayo de 2009

Fué una tarde de verano...

Aún puedo sentir el viento cuando aquella tarde nos conocimos y se detuvo el tiempo, todavía siento tus heladas manos y ante mi primer abrazo el temblar de tu cuerpo. Era tu mirada nerviosa, tu sonrisa tensa pero en el ambiente flotaba una energía inmensa.

Fué como si no hubiera nadie o tal vez todos fueron mudos testigos, era como… no sé, era simplemente mágico. Pasado un rato nuestros labios que clamaban por hacer contacto se fundieron en un tímido pero dulce beso, te mire sonrojar y solo atiné a besarte nuevamente: nuestros ojos se cerraron y el momento duró una eternidad aunque quizá solo unos segundos transcurrieron.

Nos sonreímos una y mil veces, nunca pudo ser todo más perfecto… ocurrió como si todas las constelaciones se alinearan para vernos juguetear completamente ilusionados. Caminamos el cielo y surcamos un millón de mares, era para mí la luz de tu mirada la que alumbraba mi entorno así como tu aroma el que aceleraba mis sentidos de forma despiadada...

Culminó el día y con el ocaso llegó la promesa de volver a vernos: Aunque así sucedió hoy quise recordar sólo esos momentos, cuando entre mis brazos terminaron tus miedos y entre los tuyos crecieron mis anhelos.

De aquello no queda nada, sólo el recuerdo, Ella no está mas aquí pero me quedaste tú, ese inmenso amor que en mis adentros siento; fuego que arrasa, que quema pero que jamás incinera, ante ésta careta de personalidad relajada me muestras que sigues dentro de mí en busca de la persona indicada. Gracias por quedarte conmigo y enseñarme a no guardar rencores, gracias por regalarme las ganas nuevamente de amar y ser amado.

Amor no te busco porque en mí siempre has estado.

Luis Alberto

(noviembre 14, 2008)

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